martes, 27 de mayo de 2008

Prohibido, prohibir.

Aunque nuestra querida “Esperancita” (que sigue sin proporcionar el bachillerato de la nueva ley, por cierto) se harte y aburra de hablar del tan español mayo de 1808, en el que luchamos con tenacidad contra los franceses, yo, vengo a hablar acerca de otro mayo, también acabado en 8 y concerniente con nuestros vecinos norteños. No quería dejar pasar la oportunidad de escribir en este significado mes acerca de aquel revolucionario mayo francés. Mucha gente cree que todos los avances, libertades y beneficios de los que disfruta ahora, son producto de un ente abstracto y maravilloso, o de un Dios benevolente y piadoso que dotó al homo-habilis de coches, televisiones, política, bondad, tolerancia y un sin fin de cosas más que hacen el “elogio” del hombre. ¡Pues no! Siento decirles, más bien, tiemblo de alegría al decirles, que fuimos nosotros mismos los que llevamos acabo tal proeza. Sí, todo gracias a aquello que rechina en los oídos de muchos, el progreso, materializado en las revoluciones. Y esta pequeña revuelta francesa fue precisamente eso, una revolución progresista. En los tiempos inquietos que corren, es lo más normal del mundo besarte apasionadamente por la calle con tu pareja, o mostrar cualquier otro tipo de afecto con el sexo opuesto, no opuesto, o tener ideas de izquierdas apartadas del centralismo comunista o el radical anarquismo, basadas en el feminismo o el ecologismo, por ejemplo. Aunque parezca mentira todas estas cosas tuvieron su inicio o alcanzaron un gran auge en 1968. Me reconforta pensar que todavía somos capaces de luchar y revelarnos por causas justas sin la necesidad de estar trabajando catorce horas diarias, o estar muriéndonos de hambre. Para mí, el mayo francés de 1968 siempre representará una de las dimensiones más leales, profundas y apasionadas del hombre, y me seguiré emocionando al ver una foto de un joven tirando una piedra, o un graffiti que rece libertad. En fin, progresemos…

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